
“…En el escenario desnudo, un actor. Esa caja vacía puede ser un simple “espacio vacío”, al decir del director y teórico inglés Peter Brook, o puede ser otra cosa. El espacio vacío deviene en un castillo dinamarqués que recibe al melancólico príncipe Hamlet. O, sin mediar artilugios escenográficos, es el hall de un remoto hotel mexicano imaginado por Tenessee Williams. O un oscuro cuarto donde dos viejos metidos en cubos de basura gritan su degradación.
¿Qué sortilegio convierte un espacio vacío en un espacio imaginado? Sin duda, el actor. Ese ser vulnerable, transfigurado y desconocido que deambula por sobre un escenario intentando ser otro, fingiendo ser otro y procurando que esa mentira sea verdadera…” (1)
Así comienza su prólogo de una de las ediciones de la “Paradoja del Comediante”, Guadalupe de la Torre.
Sir Laurence Oliver dijo alguna vez “El actor debe ser capaz de crear un universo en la palma de su mano”.
Ambas ideas y tantas otras en el mundo de la actuación refieren a la necesidad y la capacidad del actor, de crear un nuevo mundo, dentro del espacio escénico. Espacio escénico que puede estar más o menos cargado, que puede ser más o ser menos complejo, pero que en última instancia, depende siempre del actor.
Él es quien puede edificar en un escenario, ciudades, hacer emerger bosques y montañas, surgir antiguos pueblos o sencillamente transformar el tiempo. También es quien puede destruir toda ilusión a la vera de la más monstruosa puesta escenográfica. Por esto es que el hecho teatral, depende siempre del actor y del público dispuesto a aceptar esa propuesta de ilusión.
Pero antes que esa propuesta sea aceptada y completada por el público, hay alguien a quién el actor debe convencer, a él mismo.
Debe visualizar ese mundo que quiere contar, sus detalles y sus circunstancias, para de ese modo hacer parte del mismo a su personaje y hacerlo transitar por esa nueva realidad sin que este personaje advierta que existe otra. Dos realidades conviven en un escenario, la del actor y la del personaje. El actor debe ser conciente de ambas, pero su misión, es que el público se integre como testigo a esa nueva realidad íntima y que ésta tenga vida más allá de la ilusión.
Julio Chiorazo