En su libro “El teatro como máquina de la memoria” (1),
Marvin Carlson refiere a esto:
"El cuerpo reciclado de un actor, que ya es un portador
de mensajes semióticos, evocará casi inevitablemente en un nuevo papel el
fantasma o los fantasmas de papeles previos, si han dejado alguna impresión en
los espectadores, cualquiera que esta sea. Este fenómeno influye a menudo en el
proceso de recepción y puede incluso dominarlo…”
"Pero aún cuando un actor se esfuerza en variar de
papel, está atrapado en los recuerdos de su público, especialmente cuando su
reputación aumenta, por lo cual cada nueva aparición requiere una renegociación
con esos recuerdos..."
Esta negociación que propone Carlson, es además, negociar
con sus propios recursos, con los cuales el actor, una y otra vez, debe dejar
sobre el escenario al “personaje”, monitoreado por el “actor”, quien debe ir modelándolo y conduciéndolo sin quitarle
vida.

Aunque muchas veces, resulte dificultoso, además de la
calidad de los proyectos, la elección de los papeles a interpretar se vuelve
muy importante en la carrera del actor.
Todos recordamos actores encasillados en los mismos tipos de
personajes o lo que es menos agradable, un actor dando la misma forma a un Rey
medieval que a un Mendigo del siglo XXI.
Poder esconder al actor detrás del personaje y que este
tenga historia, vida, pensamiento y voz propios, es la misión a cumplir.
Julio Chiorazo
(1) CARLSON, Marvin: El teatro como máquina de la memoria.
Michigan (Estados Unidos), Universidad
de Michigan, 2001. Ediciones Artes del Sur, 2009